1.3.25

tu amor es un pájaro muerto sobre el piso de la habitación

me acuerdo del momento exacto
en que rompiste
el último de nuestros acuerdos
afuera decían iba a llover
y el sol asomaba de tanto en tanto
la meteorología es una ciencia rara
que nos enseña
a siempre estar listos
a desconfiar
de quien cree poder
anticipar los movimientos de las nubes

el rechazo en el cuerpo se siente
como una boa constrictora
apretándome el pecho
la línea es fina, sutil
de tu mano abierta
de tus dedos suaves
rodeándome el cuello
a la aspereza
de un puño cerrado
contra todo lo que creí tener

silvina dijo una vez
que todo amor
es un amor que se ejercita
en la angostura de una cornisa
sobre un paisaje vacío
de 360 grados

quererte siempre fue un poco hacer
equilibrio
frente a un precipicio
con los ojos vendados
yo soy la que está en el borde
pero también soy el borde
el vacío debajo
y la mano que empuja

tus palabras son flechas que esquivo
mientras me balanceo
intentando no caer

al final del día me mostrás
una foto
de un pájaro muerto
una metáfora
de lo que hacemos por amor
escupir de la boca un animal descuartizado
sobre el piso de tu habitación

una ofrenda

tu mano abierta
mi cuerpo entero
tuyo,
de nadie
la angustia
la cornisa
el paisaje vacío
la caída libre
un pájaro muerto.

3.12.24

quise algo y lo tuve

una vez, dos, miles

debería ser suficiente

ahora, como dice anna gréki,
no sé amar si no es con esta herida en el corazón
esta herida en mi recuerdo 
entretejida como una red
si no es con esta herida

y gracias a ella.


20.10.24

dos panteras

la vida nos pone a prueba:

un animal cansado
yace sobre un colchón de hojas
que lo separa de la tierra,
lame su cuerpo herido
mientras cae la tarde a través de los arbustos.
observa todo lo que se mueve alrededor,
atrás, arriba, a los costados
desde su quietud obligada.

del otro lado de los ríos,
un departamento vacío, 
las paredes se llenan de agua
los electrodomésticos se rompen
el piso se eleva como hierba sobre tierra mojada
mientras desembalás cajas
que no armaste vos,
una tras otra.

el resto del tiempo te quedás quieta:
la única manera de avanzar, quieta
la única forma de cauterizar el corte.

un animal de ojos negros, enormes
como dos panteras
agazapadas entre los arbustos
del bosque tropical
uno más
que encuentra a su presa
suave, hinca los dientes
le hunde las garras, brillantes
y cuando ve la sangre brotar 
del pelaje
afloja, lento, la mandíbula
y se retira a la espesura de la noche.

la vida nos pone a prueba:

me entrego a vos
como un mamífero pequeño
te sigo de cerca por la tierra húmeda
                                        roja
te sigo también por el hambre
de esos ojos negros, enormes
dos panteras con sed,
por la herida abierta,
por tu cuerpo felino que se aleja
que me deja sola, entre las hienas
entre todas estas cajas sin abrir.

3.11.22

Para Emma, desde la eternidad, vol II

A propósito de todo,

me pareció ver el final

en una nevada soleada


te dije, hoy estuve todo el día triste

sin saber bien por qué

y vos me contestaste

frío, distante

como esquivando las respuestas

que estabas cansado y

que tal vez no volvías a casa


ya no hay nada inocente

en ninguna de nuestras palabras

ni en los nombres

de los que preferimos no hablar


el tiempo que sucede, mirá,

entre mi cara teñida de azul

mis manos vacías, abiertas

y todas las mentiras que dijiste,

perdura


así

como la distancia


de la noche que

me dejaste

a la lluvia

que me trajo de vuelta


entender

la tristeza

que me provoca

saber

que ahora

ahora


ahora

empieza

la despedida


correr a casa de vuelta

correr a casa

mis rodillas están frías

de correr por vos


de la noche que

me dejaste

a la lluvia

que me trajo de vuelta.

8.5.22

me obligo a ver cosas que se mueven


1.
tomamos algo
en algún lugar encendido
tomamos algo
sin sentir nada
con los pies al vacío, balanceándose la calma
y más allá, en la ventana, los veo:
bailan,
bailan frente a espejos
y en cada reflejo me devuelven la mirada
y ven en mí
un sentimiento ambiguo

2.
aquél será recordado
como el año que perdí el equilibrio
mi casa era una cornisa
en donde tenía que elegir:
a mi izquierda, una cama hecha de rocas
a mi derecha, el abismo

3.
la única manera era frenar,
bajar la velocidad a cero
poner un pie delante de otro, con calma,
sin dejar espacio
observar a ambos lados
y contar
tres veces
cuatro veces
cinco veces

4.
me obligo a repetir el proceso
me obligo a ver cosas que se mueven
para ver si puedo corregir
el desencanto

5.
con los pies al vacío, balanceándose la calma
y más allá, en la ventana, los veo:
se ríen, con sus caras enteras
vestidos y completos
yo en cambio
me quedo adentro
no me puedo mantener en pie
tampoco puedo quedarme acostada
hay un espacio listo
libre de movimiento
un espacio entre capas
lo creé yo
tiene mi forma y mi tamaño

no sé si voy a poder entrar.

6.
me obligo a ver cosas que se mueven
para ver si puedo
saltarlas
como a un tren en movimiento

y no sé si voy a poder entrar.





11.12.21

curitas

decilo así, tac, como una curita,

me dijiste

al oirme titubear y yo

que conozco las referencias

del mundo

del tuyo, del mío

y el de todos los demás

entendí que apuntabas a la velocidad

tartamudeé y me dijiste

que como una curita,

rápido, sin miedo

yo querría explicarte

que te entiendo, sí, pero

las curitas me las saco 

despacio

milímetro por milímetro,

sintiendo como la piel me tira, suave,

el pinchazo

querría decirte que a mí rápido no me duele menos

que de golpe no funciono

que necesito tiempo, que mi cuerpo es lento

que decirte que hasta acá

que ya no más

salir por esa puerta, 

atravesar la planta baja d de droga

y no mirar atrás

es algo que no puedo

decir rápido, pensar rápido

así, tac, como una cinta adhesiva que me despego del corazón

y que se va a quedar

con pedazos de mí

y como si yo ya no los necesitara

tac

darte la espalda

dejarte

tirar de golpe

de la despedida

arrojar los restos

al piso

en cambio espero

controlo la respiración, varias veces

busco una señal, en alguna parte

que me diga que no hace falta

que nos podemos querer

que cualquier herida que tengamos

bajo las vendas

va a curar

te miro cada gesto

buscando algo que me frene

vos pedís velocidad

y te equivocás

no te va a doler menos

son solamente

distintas maneras

de administrar

la partida.



4.11.21

Algunas cosas sobre navidad

La navidad me estresa. No me gusta organizar cosas a las apuradas, y siempre estoy apurada, nunca con tiempo, con tranquilidad, no. Pensar comida para mucha gente, pasar tiempo con esa gente, sentir su estrés o lo que es peor, la falta de él, su calma, como si realmente lo estuviesen disfrutando. Me pone mal que no haya medios de transporte, que la gente maneje borracha, sentir que me quedé atrapada en una casa que no es mía, que no voy a poder irme. Me cuesta quedarme despierta hasta las 12, me aburro y me da sueño, de chiquita me iba a alguna habitación de la casa, me tiraba en la cama entre toda la pila de abrigos y carteras. Me gustaba irme sin que nadie se de cuenta, sigilosa, después mis papás pasaban largo rato buscándome, hasta que finalmente me encontraban, toda chiquita y aplastada por sacos, enroscada como un gatito. 

En septiembre del 2000 mis papás se separaron, después de años de peleas y amagues, finalmente mi viejo se fue. Pasó un tiempo en una pensión, deprimido y dejándome en claro que él no se había ido, que mi mamá lo había echado, pero yo tenía trece años, podía entender de qué se trataban esos asuntos. A los dos meses se mudó a un departamento pequeño en la calle Nicolás Repetto junto con su nueva novia, una compañera de trabajo quince años más joven. Lo que pasó después fue como una pendiente pronunciada que nos llevó a todos a la fosa común de diciembre. Mi mamá, entre la depresión y la hiperactividad, propuso que pasáramos navidad todos juntos, y así pasó: mi papá, mi hermana menor, mi abuelo y yo cenamos en un tenedor libre de Caballito. Todavía me acuerdo del olor de la comida toda junta, hervida, la fritura de las rabas, unos langostinos dudosos sobre un colchón de ensalada, de mi papá recibiendo el llamado a las doce, mi mamá, que nunca una copa, totalmente colorada por la botella entera de vino. Esa fue la última navidad que pasamos juntos, también la última vez que pisé un tenedor libre.

Tres veces pasé navidad sin ninguno de mis padres. La primera fue a mis quince años: mi papá se había ido a Uruguay, a visitar a la familia de su novia, y con mi mamá estábamos peleadas. Entonces me fui a lo de una tía abuela platuda, que tenía una casa alucinante de tres pisos en el medio de Belgrano R. De más grande me enteré que su marido había estado preso por estafador, y en la cárcel supuestamente había estudiado medicina, pero nunca nadie le vio un título. Se ganaba la vida atendiendo pacientes, tenía el consultorio y la sala de espera en el subsuelo de la casa, y mi tía le manejaba la parte contable. Esa navidad, justo después del brindis, aproveché la distracción de los fuegos artificiales para bajar al subsuelo, por primera vez. Aunque era muy grande, se parecía a cualquier consultorio promedio, con la diferencia de que estaba lleno de portarretratos con fotos de Ravi Shankar, velas y pequeños altares en distintas esquinas. Me dio mucho miedo, subí rápido a la planta alta y jamás le dije a nadie que estuve ahí.

La segunda vez fue en el año 2012, me había peleado con un novio y en un impulso rarísimo me compré un pasaje para ir a París. Hacía varios años que venía ahorrando para algo, todavía no sabía bien qué, y en París vivía Lau, una de mis mejores amigas. Yo nunca había ido a Europa ni tampoco viajado sola tan lejos, todo me resultaba una aventura que no terminaba de entender cómo había podido pagar. Viajé un 22 de diciembre y pasamos navidad en la casa de unos amigos del novio de Lau o algo así, un departamento pequeño y antiguo, en un piso cinco por escalera, lleno de gente de países distintos. Al principio me sentí entusiasmada, mantuve charlas en simultáneo en varios idiomas con gente que acababa de conocer. Pero después de comer y tomar bastante vino me agarró un sueño profundo y ganas de estar sola. Después del brindis me disculpé, saludé a todos, y me fui caminando. Apenas salí empezó a nevar y el frío me golpeó la cara, pero me sentí bien, con la adrenalina de estar sola, en una ciudad vacía, completamente ajena.

La tercera fue el año pasado. Con las excusa de la pandemia, cumplí un sueño: pasé la navidad en casa, con mi gata, solas las dos. Comimos pizza, ensalada y helado. Yo creía que eso iba a ser perfecto, una noche única, pero se pareció un poco a todas las demás, no tuvo nada de particular. Por ahí la perfección navideña es eso: que se parezca a cualquier otro día, sin excesos de comida o familia, sin regalos raros envueltos en papeles brillantes, sin viajes trasnochados ni incomodidades.

En diciembre del 2012 nació Augusto, el hijo de mi amiga Ale. Fue el primer bebé que llegó a nuestras vidas, y el único hasta el día de hoy, aunque ya sea un nene enorme, altísimo. A los pocos meses, Ale se separó del papá de Augusto, no salían hacía mucho y no supimos bien qué había pasado, pero ya no estaban juntos. Fue un año emocionante y complejo, nunca la vi tan feliz pero tampoco la había visto tan angustiada, supongo que estés con quien estés la maternidad debe ser algo de eso, de felicidad y angustia. Como la casa era grande y ella necesitaba ayuda, nos turnábamos entre los amigos para pasar tiempo con ella y darle una mano, tenía un cuarto chiquito con una cama cómoda en la que solíamos quedarnos a dormir. Cerca del primer cumpleaños de Augusto, mi amiga adoptó una gatita de la calle, blanca y negra, de apenas unos meses. A ella le encantaban los gatos y quería que su hijo se criara con una mascota, o eso decía. El día que fui a conocerla, Ale me recibió llorando a mares. “Mirá lo que hizo”, me dijo y señaló un árbol de navidad enorme, tirado en el piso con los adornos totalmente desparramados por el living. Yo me reí y le dije que no pasaba nada, que no era tan grave, ella caminaba por toda la casa llorando, “carísimo me salió, carísimo”, le gritaba a la gata, escondida bajo una mesa. Con la intención de aflojar un poco el ambiente, le hice un chiste sobre la navidad y la religión, y al final para qué quería un arbolito si nosotras en esas cosas no creíamos. Mi amiga me miró enfurecida y dijo que yo no entendía, que esas cosas eran importantes, que Augusto lo necesitaba, “ya suficientemente raro es todo en esta casa como para encima no tener un arbolito de navidad”, me dijo. La dejé llorar y, en silencio, me agaché a levantar una por una las bolitas brillantes, azules y doradas, repartidas caprichosamente por el piso.