23.11.20

panic show

el otro día me topé con el concepto de panic show; no sé bien dónde, ni tampoco si lo entendí bien, pero me cierra. esa serie/ película/ libro al que volvés reiterativamente cuando las cosas se ponen oscuras, o cuando la ansiedad gana o cuando no sé. yo, que siempre creo que no tengo suficiente tiempo para consumir todo lo que quiero consumir así que cómo darme el lujo de volver a pasar por los mismos lugares (por los que igual, de alguna u otra forma, vuelvo a pasar), encontré este término con el que me siento legitimada para acomodarme de nuevo. entonces, hace poco volví a girls y hay un capítulo en particular que me rompe el corazón en mil pedazos. otros me hacen pensar en mis amigas, en situaciones que vivimos, otros son increíblemente graciosos, narrativamente brillantes, pero éste me me hace llorar, muchísimo, como mirar todos los perros van al cielo o la muerte de la mamá de bambi. estamos en la temporada cuatro, hanna se va a iowa a hacer un posgrado en escritura creativa. deja a sus amigos, su departamento en nueva york, lo deja a adam, lo deja todo. a éste último en términos que no son claros para nadie, una especie de vamos viendo que, todos sabemos, siempre termina mal. en iowa se aburre, no le gusta el posgrado, se frustra y de esa frustración concluye que no va a dedicarse más a escribir, una ridiculez. a un mes, más o menos, de haberse ido, vuelve sorpresivamente a su reciente ex ciudad. en la escena final de este capítulo bisagra, la vemos entrar a su departamento de siempre y, mientras intenta poner la llave, alguien abre la puerta. del otro lado vemos a una chica rubia muy angelical que nunca antes habíamos visto. ninguna de las dos entiende mucho hasta que la rubia le dice algo así como "ah, pará, ¿hanna, no?", y termina con un primer plano de la cara de hanna en seco. yo, que me acuerdo de lo que pasa porque ya lo vi un montón de veces, caigo sin paracaídas como hanna y le doy “continuar” con el mismo terror que la primera vez. el episodio siguiente es todo a lo que le tenemos miedo: en efecto, nuestra protagonista se entera que adam ahora tiene una nueva novia con quien convive en la misma casa que supo ser de ellos. una nueva novia que no es ella, la misma casa, un mes de diferencia. enseguida la chica se va y se quedan solos, adam le pregunta si está bien, hanna responde lo único posible: cómo estarlo si de repente se ve inmersa en una realidad alternativa donde arriba es abajo y lo bueno y lo malo parecieran haberse invertido. en esta reacción y particularmente en esta sentencia aparece una clave: hay eventos que nos toman tan por sorpresa que nos hacen perder la noción de realidad, la pérdida de referente es total. en el sinuoso camino que es transitar el desamor, uno puede sentirse tan abatido, tan deshabitado de sí, ¿qué está pasando?, le pregunta hanna sin parar. si uno es en la medida en que se es en relación a un otro, esa pérdida puede significar enfrentarse a la sensación de que falte todo. como si uno se fuera con el otro, y esa partida nos dejara completamente desorientados: lo que era arriba ahora es abajo, etc. hanna y adam se trenzan en una discusión sin salida, "un mes atrás vos estabas enamorado de mí", le reprocha, y él se excusa en que todo se dio de una forma muy inesperada. como adam driver es un actor excepcional, deja ver en su rostro algo que seguramente hanna también y, por supuesto, yo misma (todavía con terror): la relación estaba rota hace tiempo, ella se fue y él, sin necesariamente buscarlo, pero sin ninguna resistencia, conoce a otra persona y se arroja enseguida a probar algo que con hanna tardó años en siguiera intentar. "no rompí ninguna regla" le dice adam, y ahí un poco quiero gritarle yo, pero hanna se me adelanta; no, adam, no hiciste nada malo excepto empezar una relación y formar un hogar con alguien a quien conociste hace un mes. minuto a minuto el rostro de hanna se va quebrando y yo tengo que de a ratos frenar, pausar, tomar agua, sacudirme la cara. "vos me dejaste", insiste adam y hanna pone en palabras todo eso que yo también sentí: "sí, me fui, pero no me morí". hanna todavía no lo sabe porque por ahora sigue ahí, gritándose con él, pero algo de lo que va a venir después se va a sentir como una muerte: la de él, claro, pero por sobre todo la de ella. y ahora ya no importa mucho lo que vaya a pasar, le pongo stop, y sentada en mi cama me acuerdo de todo como si el tiempo fuera un cassette que puedo rebobinar, un videojuego en el que el monstruo te come, perdés una vida y volvés al punto de inicio para intentarlo de nuevo: de repente estoy yo, me traslado cinco años para atrás y en la ausencia fatal del otro me desarmo, intento habitar un cuerpo desmembrado que no reconozco, que no está, que se fue junto con la persona que también decidió irse.

lo que sigue después es tan desesperante y ridículo como posible: hanna se atrinchera en el que supo ser su cuarto, el de ellos. le dice a adam que está cansada y que se va a tirar a dormir. adam, desconcertado, empieza a llamar a todos sus amigos para que le ayuden a sacarla de ahí. sal de ahí, chivita, chivita, sal de ahí de ese lugar. en el año 2015 tuve un desfile de amigos cuidándome en mi monoambiente de la calle billinghurst, la situación no fue tan pintoresca aunque lo de la escena absurda de quedarte atascada entre cosas que no son tuyas puedo entenderlo, digo: yo también extrañaba ese loft en colegiales lleno de ventanales, con pileta, parrilla y un atardecer en cada rincón. pedir ayuda nunca fue algo que me costara, aunque sí asumir que no estaba bien, menos que menos hablar de eso. mis amigos lo sabían y en ese entonces actuaron de acuerdo a esto: con total normalidad venían, me resolvían las comidas, me charlaban de estupideces, se quedaban a dormir. tenían un arreglo de turnos de cuya organización nunca fui parte, salía uno y entraba el otro, y nadie pero nadie emitía queja alguna o manifestaba la evidente anormalidad en estar cuidando de una grandulona de 27 años. lo que me divierte de las amigas de hanna es que casi todas expresan un repudio explícito a lo que está haciendo adam, me gusta que tomen partido y que lo incomoden. incluso aunque, años después, piense que, finalmente, no fue ni tan malvado ni tan equivocado, una persona intentando, no sé: intentando algo.

el transcurso de los eventos que ocurren enteramente en ese departamento aflojan un poco las tensiones: hay buenos chistes, hanna pasa la noche y al día siguiente oscila entre momentos de calma y desamparo total. "no entiendo nada de lo que está pasando", dice, "me quiero morir". el contraste de la exageración televisiva y el recuerdo de mi misma hecha bollito pensando exactamente lo mismo es algo gracioso, pienso, ahora que ya pasaron un montón de años. en algún momento la razón se impone, adam vuelve al departamento y hanna, valijas en mano, dice que ya se está yendo. empieza, entonces, la escena final, la que se siente como dos dedos apretando fuerte la garganta. supongo que a veces tomamos ciertas decisiones sin medir las consecuencias, asumiendo que el otro va a estar, así como quien dice, para siempre. "no esperaba que me reemplaces", le dice ella, me acuerdo que en mi tristeza me imaginaba como si las personas fuésemos figuritas de modelar, de papel, y a la mía de repente le recortan la cabeza y le ponen otra, una que no tenía nada que ver conmigo. "cuando te fuiste me sentí aliviado", le dice adam, y las dos pesadillas se juntan como la cabeza y la cola de una serpiente uroboro: de un momento a otro, él tiene una vida completamente distinta a la que conocés y la pérdida, la ausencia total que a una la destruye de adentro para afuera, para el otro es un alivio. hanna se quiebra, acto seguido yo también. ellos dos se quisieron un montón, de ese amor que no importa si para siempre o no porque el tiempo es una atmósfera, algo que transcurre sin que te des cuenta. "pero ya no te sentís así" le pregunta ella, yo ahí casi que le estoy implorando que se vaya, que deje la valija y que corra rápido y lejos de todo lo que está pasando ahí. hanna se va, la despedida es casi sin palabras, la gata se sube encima mío, me lame la cara, yo manoteo un paquete de pañuelos de la mesa de luz con una mano y con la otra le acaricio una oreja. suena una canción suave y triste mientras la protagonista sale del subte y llega a un depósito donde están apiladas todas sus cosas. se hace un lugar entre ellas y se acuesta, tiene la cara partida. como ya vi la serie muchísimas veces se que después de eso todo lo que resta es para arriba, sé que vienen un montón de cosas buenas, mejores, distintas. pero ese momento, atemporal y aterrador, se me clava en el cuerpo. me observo los brazos, me busco las marcas: se terminó hace mucho tiempo, estoy a salvo. me repito: estoy a salvo. me aferro a eso y me seco la cara con la manga del buzo inmenso que llevo puesto.

No hay comentarios: