25.11.20

Iluminada Estrella

Me despierto un poco más tarde de lo habitual, tengo terapia a las 11 que es un horario raro. Veníamos cada quince días pero los sucesos de las últimas semanas me hicieron sentir que mejor veámonos pronto, y mi terapeuta me ubicó dónde pudo. Hay algo que últimamente me llama la atención: en el día a día de a momentos me siento rota, o profundamente angustiada, pero llega el día de terapia y en mis palabras aparece otra cosa, una calma extraña y poderosa frente a los acontecimientos, una serenidad adulta y sabia, no sé. ¿Cuál de las dos Florencias miente? me pregunto, hay una que soy yo y otra que necesariamente no, concluyo.

...

La sesión termina tipo 12, corto el teléfono y me apuro, a la 1 tengo nutricionista. Afuera hay una humedad horripilante, pegajosa. Salgo en la bici con Shakira en los auriculares, hace días que vengo analizando su obra con atención, particularmente ese disco llamado Fijación Oral. Estoy a la altura de la embajada de EEUU cuando suena ese tema con Ale Sanz, “La Turtura”, la canto a los gritos bajo el barbijo, de las pocas cosas buenas de ese pedazo de tela insoportable. Me traslado mentalmente al año 2005, estoy en una fiesta del colegio, suenan los primeros acordes, hacemos rondita con mis amigas y lo cantamos con pasión. Busco con la mirada al chico que me gusta, tengo 17 años y medio que la vida es eso. Un semáforo me devuelve a la realidad, ya llegué a Barrancas de Belgrano, estoy enteramente transpirada. Es la primera vez que voy a la nutricionista, la médica se llama Iluminada Estrella  Menéndez, querría decir que la elegí solo por el nombre pero la verdad es que en una veloz búsqueda de google decía que era especialista en alimentación vegetariana así que bueno, acá estoy. Igual me siento confiada, siento que me va a ir bien, que es ella, sí, que definitivamente es ella.

Me atiende una hora tarde, casi me voy pero al final esperé. Me hice un poco la ofendida con la recepcionista, algo que más tarde me dio vergüenza, dije algo de que tenía cosas que hacer, no sé. Excepcionalmente soy puntual y me creo con derecho a escándalo, pero bueno, eso solo lo sé yo. En la espera entre a Twitter y leo la noticia, a 1 minuto de su publicación: Diego Maradona está muerto. Quedo helada, abro y cierro los ojos varias veces para chequear que lo que leo era verdad. Me llaman por mi nombre y ni bien entro lo único que quiero decirle es: “Murió el Diego, Doctora”, pero me aguanto, nada en su cara parece decir que algo de ese orden le importa. Inmaculada Estrella es todo lo que imaginé y más: me escucha con muchísima atención, me receta algunas vitaminas, me dice que vengo bien y ajustamos algunas cosas en mi dieta. Es dulce, comprensiva, paciente. Salgo chocha con mis recetas pero al segundo me vuelvo a acordar: Maradona está muerto.

Como es mucho más tarde de lo previsto, decido buscar un lugar para comer. La panza me ruge y no me gusta subirme así a la bici. Encontrar un lugar donde hubiera comida para mí fue difícil y me puse de muy mal humor, como siempre que tengo hambre. Fui primero al Museo Larreta y resulta que los tres platos vegetarianos que había tenían todos roquefort. Pero cómo vas a hacer eso, pensé. Agarré la bici y a las ocho cuadras encuentro un lugar que me había recomendado una cuenta que sigo en instagram, tiene un patio hermoso y una carta carísima. Me siento en una mesa alejada, me pido una tostada con huevo, palta y tomate y un café. Como apurada y sin poder sacar los ojos del celular: mis redes sociales resultan un desfile de fotos, videos, entrevistas, llantos. El fútbol me representa poco pero igual me siento extrañamente interpelada por el suceso. Viví un tiempo en Barracas, muy cerquita de La Boca, e igualmente lamenté no estar por ahí. Pensé incluso en acercarme con la bici, pero estoy lejos y tengo otras cosas que hacer. Un amigo de ese ex barrio me comparte fotos y videos de la zona, veo un grupo chico de personas arrimarse a la bombonera: una madre y un hijo abrazados, ambos con la camiseta puesta, llorando. Un borracho gritándole a la cámara, “qué día para entregarnos al alcohol”, pienso. Todo me parece conmovedor. Me acuerdo de repente cuando murió Néstor, algo adentro se siente parecido, un ritual del que no me siento parte pero igual me golpea.

Me estoy quedando sin batería y me siento sola, tengo esa sensación urgente de juntarme con gente, ver amigos, entrar en el ritual de despedida. Me vuelvo a subir a la bici, la ciudad está calma, en silencio. Busco caras cómplices pero no encuentro nada, le echo la culpa al barrio, me apuro para llegar al mío aunque seguro sea igual de insensible. Antes de cruzar Juan B Justo me doy cuenta que estoy pasando por el local donde trabaja un amigo, freno y me asomo para ver si está, pero no lo encuentro. Aprovecho el momento para revisar el celular, una amiga de la facultad me había mandado un link con la leyenda “te va a romper el corazón”. Lo abro, frenada en el medio de la calle, es un video extraño, una entrevista de Diego Maradona a Diego Maradona. No entiendo de qué se trata y pienso que después lo voy a googlear, pero lo sigo mirando. En el fragmento, Diego le pregunta al otro Diego: “Si tuvieras que decir unas palabras en el cementerio, ¿Qué dirías?”, el otro Diego duda, hace unas pausas, y contesta: “Gracias por haber jugado al fútbol, porque es el deporte que me dio más alegrías. Gracias a la pelota”. Se toma unos minutos, va por más, y un Diego le pregunta al otro: ”¿Qué me gustaría que diga Claudia? Aunque estés muerto te sigo amando”. ¿Cómo va a haber dos Diegos? Hay uno que es él y otro que necesariamente no, pienso. Pero retrocedo y vuelvo a escuchar: “aunque estés muerto te sigo amando”, y algo adentro me hace crack, se me empapa la cara de a poco, quieta como estoy, en el medio de la ciclovía.


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