después de una multiplicidad de aventuras en una clásica noche de dormir de corrido, sucedió:
yo entrando a tu casa, o
la que también había sido mi casa porque, aparentemente
vivíamos juntos,
un hogar del que había sido desplazada pero del que aún conservaba la llave
una casa que en realidad era, en la vida real,
algo parecido a lo que fue la casa de mi infancia (o una de ellas),
la de la avenida directorio entre emilio mitre y hortiguera,
la que queda a la vuelta de puan,
la que no conociste pero en la que también pensé en vos,
en la casa que empecé a quererte,
la primera casa de la que me fui, en un acto de salvación mal leído como rebeldía,
a esa casa yo entraba, de noche,
y me metía en tu cama
me acurrucaba y cerraba fuerte los ojos simulando dormir,
vos estabas, no sé qué sucedió antes o después, pero ahí estabas
a veces tu cuerpo tocaba el mío,
pero la mayor parte del tiempo estábamos quietos.
en la casa entraban y salían personas,
no nos importaba.
cuando se hizo de día y la luz empezó a entrar por la puerta-ventana
de una típica casa propiedad horizontal
de patio central y techo de toldo,
te levantaste, abriste del todo los postigos,
para volver a la cama, sentarte, y dulcemente despertarme
con un beso que llegó a rozar mi comisura
diciéndome: vamos, flor
como entendiendo que
ese encuentro era necesario
no juzgando en absoluto que me haya metido
en tu casa que antes era nuestra pero ahora es de "vos y quién sabe",
en tu cama, que ahora es otra, distinta
de la que supimos dormir, tantos veranos
tantos inviernos en los que te costaba mucho levantarte
(porque siempre te costó la mañana, tanto más que al resto)
en los que me abrazabas, tan pero tan fuerte, tan "flor no te vayas".
me despertaste entonces y
con cuidado me ayudaste para que pudiera incorporarme,
caminamos hasta la puerta, con una taza de té
y unas galletitas
a desayunar al zaguán donde sí había sol de verdad
(no como en esa casa, que siempre fue bastante oscura
porque el amor de mis padres se terminó antes de que
se decidieran a cambiar el toldo por acrílico o
los ladrillos rojo sangre por paredes blancas)
te vi, el sol dándote de frente
tu cara estaba arrugada, estabas viejo, te lo digo:
"estás tan viejo"
mi rostro era el mismo pero el tuyo estaba anciano,
de repente sos, en este orden:
luis pescetti, pero con más arrugas
luego: una versión extraña de tu padre
mas luego: una versión de vos mismo con muchos más años.
"vos estás igual", me decís
sí, yo me siento igual, te digo
y entonces me largo a llorar
y la conversación sigue, como si nada,
mirándonos las caras
tocándolas con nuestras manos
conmigo llorando y con vos sonriendo,
seguimos charlando en ese encuentro
necesario y terrorífico a la vez
y con la imagen de tu rostro transformado
pero tuyo al fin
me desperté
en una cama que
tampoco era mía
en un otoño que sentí, una vez más
como ajeno
me desperté y miré por la ventana,
y los ojos se me empaparon,
recordé que la noche anterior me acosté,
con angustias en el cuerpo
distintas a éstas,
pensando: "que no sean pesadillas, que no sean"
pero así las cosas,
porque, una vez más,
como siempre que
me sumerjo
en el tenebroso mundo
de cerrar los ojos,
ahí estas vos:
para recordarme que
nada de lo que fue sucediendo o
está sucediendo, importa realmente
que las angustias, las vivencias,
los contratiempos
o el amor que
creo sentir, ahora mismo
en una historia que no es tuya,
son un simulacro
que todo lo que resulta
lo verdadero, está, ahí mismo:
congelado para siempre
en el día
ese día y esa noche,
hace tanto ya
que nos miramos las caras
por última vez.
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