hace siete meses no te veo la cara. la recuerdo linda, aniñada y anciana a la vez. la recuerdo cada vez más parecida a tu padre, sobre todo cuando me mirabas comprador, sonriente, tupiendo tu bigote pelirrojo y mostrándome los dientes, perfectos, carismáticos. pienso que las excusas nunca fueron suficientes, que los motivos tenían que ser otros. o ninguno. pienso que podíamos contra todo, lo sigo pensando: podíamos. las cosas podrían, en efecto, haber sido de otra manera. pero fueron así, y las frases me repiquetean en la random acces memory, algunos días más. otros creo que estoy muerta.
me acuerdo la primera vez que te pregunté por qué, por qué ella si era el enemigo y vos estabas tan de acuerdo como yo. por qué hacías lo que hacías cuando podías no. me pusiste esa carita, vos sabés, la de gatito meow, achicando los ojos y tirando las cejitas para abajo (cuántas generaciones de judaísmo culposo bajo tus cejas). esa noche de noviembre hacía un calor sofocante, yo volvía de la presentación de los libros de vigna y de bogado, vestidito rojo y negro porque así se enfrentan los problemas de noche. saludé a mis amigos, "estás linda y triste", me dijeron, y así estaba. triste por vos, linda para el resto. a la media hora me escapé y te vi, ahí, paradito, con tu cara de gatito meow esperándome en la puerta. no me voy a olvidar nunca de esa noche y vos tampoco. cogimos y lloramos con la misma intensidad, en todos los rincones de la casa, lloramos y gritamos y nos amamos sabiendo que por ahí era la última vez. por qué, te volví a preguntar. por qué te cruzás de vereda. "porque ella es fácil. y vos nunca vas a ser fácil". gatito meow arañándome el pecho. también dijiste otras cosas. que la vida sigue, que vivir otras cosas, que tener eso que nunca tuviste: la salida fácil, cómoda, práctica. nos quiedamos abrazados y empapados, hacía un calor infernal. ninguno de los dos era feliz. lloramos por eso: sabíamos lo que era la felicidad mejor que nadie. y no era eso. "se la traga toda, flor", me dijiste después de un silencio largo, cambiando la carita de gatito por la de tigre endemoniado, tigre camuflado entre la hierba a punto de deglutir una presa. te contesté con mis ojos de decepción, esos que te pinchan y pinchan y que no pudiste esquivar porque vos no sé si querías lastimarme a mí pero ciertamente querías lastimarte a vos, convencido como estabas de que el dolor era el único camino transitable. pero lo que debería haberte contestado no con los ojos, sino con la boca, la boca bien abierta, es:
"yo también. sólo tenías que pedírmelo bien".
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