28.1.20

enero

en el micro de vuelta ya pude sentir el pinchazo. "¿estás bien"? me pregunta b. "sí", le digo, no quería hablar de eso. me gusta la atención de la gente que quiero pero el exceso de la misma me pone de mal humor. cuando no me siento bien a veces prefiero ser un poco ignorada, lo justo y necesario para no sentir que los ojos están encima mío en un momento en el que no puedo dar nada. yo no estaba bien, tampoco era preocupante. hay un poco de trabajo, un poco de aceptación (lo que somos, lo que no vamos a ser nunca), muchísimo de culpa. no estar bien para los otros se me vuelve un huracán que golpea mis puertas y no me deja dormir tranquila. en el micro de vuelta pensaba que no quería volver, que la playa y la nada estaba bien, que por primera vez no me costó entrar en ese estado de excepción de no pensar en nada, ni siquiera en qué comer o cuándo. b. volvía con entusiasmo y yo con tristeza y hubiera querido que lo aceptara pero el entusiasmo siempre busca cómplices, a mí también me pasa. no nos gusta tanto, finalmente, la soledad.
lo que siguió después intuyo era evitable pero igual pasó: la llegada, el malhumor primero, el pánico después. b. se fue a su casa y yo me quedé con las manos temblando. "cómo es adentro es afuera", pensé, y me puse a ordenar compulsivamente. el 2019 había dejado un montón de cosas pendientes pero podía ocuparme sólo de las más inmediatas: la mugre, la ropa para regalar, los papeles para ordenar o tirar. no podía hablar, no podía pensar, me faltaba el aire. estoy teniendo un ataque de pánico, pensé. quería estar sola pero en mi casa había gente, gente ajena. gente que me preguntaba que cómo, estoy, que qué tal mis cosas, ¿cómo va la mudanza? y yo quería gritar llorar patearlo cortarme algo para dejar de sentir. las manos me seguían temblando. me acordé del protocolo: más de 4 horas con arritmia le avisás a alguien, más de 6 te vas a la guardia, me dijo mi madre cuando era  adolescente. mi mamá no me hablaba hacía meses, pero esa y otras enseñanzas las llevo conmigo para siempre. me fui a la guardia, ahora que tengo una obra social de clase acomodada me atendieron al instante. me medicaron, me dieron indicaciones, me pidieron que llame a alguien. agarré la receta y me fui. en la puerta de casa me senté y me quedé mirando el blister, pensando: si tomo esto no enfrento nada. iban 8 horas de arritmia. en silencio tragué, subí a casa, me puse auriculares y no volví a pensar en nada que no fuera el miedo, la culpa o la soledad.

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