8.7.12

fútbol y literatura


Prueba de amor

Por Martín Kohan


06/07/12 -

Hace tiempo que Riquelme llegó hasta este punto conmigo: haga lo que haga, yo voy a quererlo igual. El problema es que él lo sabe, o actúa como si lo supiera, y decide ponerme a prueba para ver si lo que digo es verdad. Es conducta por demás frecuente en dioses y en semidioses; no les basta la adoración, precisan ponerla a prueba. Por supuesto que hay cosas atroces que no sabría perdonarle: que le haga daño a mi hijo, por ejemplo, o que acceda a jugar en River; pero sé que semejantes cosas Riquelme nunca las va a cometer. De ahí para abajo, no tengo más condiciones. Haga lo que haga, lo voy a seguir queriendo.
Sé muy bien que divide a los grupos para luego someterlos a una lucha terrible entre amigos y enemigos, claramente inspirada en Carl Schmitt. Sé muy bien que a menudo prefiere no correr a los contrarios que lograron quitarle la pelota; no le importa que se vayan al gol, como Romarinho la otra noche, él se queda pensando en sus cosas, más triste que contrariado. Mi corazón se partió el día que le hizo aquel desplante a Martín Palermo en el festejo del gol con que batía el récord histórico (en esto fui como Sophie: agobiado por la decisión a tomar, no opté por uno o por otro). Si es cierto lo que he leído, que los amores verdaderos se miden en un “como sea”, si es cierto que en el “pase lo que pase” se calibra la verdadera pasión, pues bien, no tengo dudas: es mi caso con Riquelme.
Es notorio que Riquelme no consigue patear, desde hace años, un tiro libre directo, sin antes suscitar un muy prolongado debate sobre distancias y posiciones. Y es notorio que no consigue tampoco, desde hace años, ejecutar un tiro de esquina sin previamente proceder a un prolongado reacomodamiento de toda la prensa gráfica y las fuerzas de seguridad. Perfeccionista hasta lo quisquilloso, Riquelme precisa corregir el mundo: la realidad no está, casi nunca, lo suficientemente bien a su gusto. Es cierto lo que tantas veces dijo: que disfruta más de dar un pase de gol que de convertir un gol él mismo. Pero también es cierto que si tiene que patear un tiro libre desde un costado y no hay amigos suyos en el área, prefiere tirar al arco, y que ha llegado a hacer eso mismo incluso con los tiros de esquina. Entre amigos es feliz; sin ellos, es capaz de llevar la soledad hasta extremos insondables.
Hace unos días, en cancha de Boca, fue a la punta a patear un córner; pero antes de hacerlo le exigió a un fotógrafo que se agachara. ¿Por qué?, ¿porque tapaba la visión? La tapaba, sí, pero no la suya, sino la de un hincha que detrás de él miraba el partido con los dedos metidos en el alambrado. Hay jugadores de toda la cancha, pero Riquelme va más allá: es jugador de todo el estadio. Ahora dice que se va, que se siente vacío, que no tiene más para dar. A Boca le cambia mucho que Riquelme se vaya o se quede. Y a mí también, por qué negarlo, aunque hay algo que sé que va a permanecer invariable: si se queda, lo voy a querer mucho, pero si se va, lo voy a querer igual.

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