mi voz vegetal.

Le hablaba de empezar de nuevo, le hablaba de los años y el tiempo como esos 364 clavos de punta redonda que se apretujaban en el espacio entre él y yo. Le hablaba de todo eso que se habla en las noches que hace frío y decidimos caminar por salguero hasta toparnos con el río. Le hablaba de la luna y sus efectos, que el verano todo lo arregla pero el jamás está para verlo, de los libros que nos cambian la vida y las vidas que hayamos en los libros. Le hablaba de cuanta cosa venía a mi cabeza con el rótulo de destellante, los tópicos para salirnos de nosotros (un poco) y entrar en ese juego donde todo está bien, los toros se pierden en el campo y ya no están, ya no están, ya no están. Yo le hablaba y él estaba en alguna otra galaxia, los ojos perdidos en la neblina que nos rodeaba. El frío no hacía efecto y las manos las tenía en los bolsillos (solas). Le hablaba preguntándome dónde estaría y qué de todo lo pasado había conseguido que no pudiera encontrarlo. Él estaba al lado mío y yo no podía encontrarlo, sería la niebla, tal vez debía buscarlo con las manos, los ojos no estaban funcionando. Pero los malos modos y la mala manera, y el enojo ante el juego increíble que puede ser encontrarlo, increíblemente angustiante, increíblemente novedoso. Que no me mires así. Así cómo. Así, no estás acá. Estoy acá, si no, no estaría acá. Bueno. Está todo bien, che. Si, siempre está todo bien. Pero lo digo en serio. Ya veo. No te pongas cortante, me saca cuando me hacés eso. Y quién te dijo que te lo hago a vos. Estás conmigo acá, no veo a nadie más. Yo tampoco veo a nadie más que a mí acá. Uf, flor, si está todo bien, por qué la mala onda. Obvio que está todo bien, faltaba más. Pero está todo bien!. Por eso, está todo bien. Bueno. Bueno.

(Ad infinitum)